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CAPITULO 28

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 28

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Todos los detalles fueron acordados finalmente en una reunión conjunta, y la consideración del caso despertó por anticipado apetitos tan violentos en ambos hombres, que se dispusieron a celebrar su buena suerte entregándose a la posesión del apuesto Jesús con una pasión nunca alcanzada hasta aquel entonces.
El efebo por su parte, tampoco estaba renuente a prestarse a sus fantasías y como quiera que en aquellos momentos estaba tendido sobre el blando sofá con un endurecido miembro en cada mano, y el suyo propio entre sus ágiles piernas, sus emociones subieron de intensidad, y se mostraba ansioso de entregarse a los vigorosos brazos que sabia estaban a punto de reclamarlo.
Era precisamente el tercer día de ausencia de Jesús en su casa.
José, Jesús y Jonathan pasaron tres días en una orgía privada interminable.
Esa mañana, como ya se había hecho costumbre, Jonathán fue el primero. Tomo a Jesús aun medio dormido, lo volteó boca abajo, haciéndole que exhibiera su rollizo culo lo más posible.
Permaneció unos momentos extasiado en la contemplación de la deliciosa perspectiva, y de los pequeños huevos aplastados debajo de su cuerpo. Su arma, temible y bien aprovisionada de esencia, se enderezó bravamente, amenazando el oscuro túnel del amor que aun chorreaba descargas previas.
José, como en otras ocasiones, se aprestaba a ser testigo del desproporcionado asalto, con el evidente objeto de desempeñar a continuación su papel favorito.
Jonathán contempló con expresión lasciva los blancos y redondeados promontorios que tenía enfrente. Las tendencias clericales de su educación lo invitaban a la comisión del acto venéreo. Pero sabedor de lo que esperaba de él su amigo, se contuvo por el momento.
Las dilaciones son peligrosas -dijo-. Mis testículos están repletos, el precioso Niño debe recibir su contenido, y tu amigo mío, tienes que deleitarte con la abundante lubricación que puedo proporcionarle.
Esta vez, cuando menos Jonathán no había dicho sino la verdad.
Su poderosa arma, en cuya cima aparecía la chata y roja cabeza de amplias proporciones, y que daba la impresión de un hermoso fruto en sazón, se erguía frente a su vientre, y sus inmensos testículos, pesados y redondos, se veían sobrecargados del venenoso licor que se aprestaban a descargar.
Una espesa y opaca gota del chorro que había de seguir asomó a la roma punta de su pene cuando, ardiendo en lujuria el sátiro se aproximaba a su víctima.
Inclinando rápidamente su enorme dardo, Jonathán llevó la gran nuez de su extremidad junto al ajustado anillo de Jesús, comenzó a empujar hacia adentro.
-¡Oh, qué dura! -¡Qué grande es! -Comentó Jesús-. ¡Me hace daño! -¡Entra demasiado aprisa! -¡Oh, pare!
Igual hubiera sido que Jesús implorara a los vientos, una rápida sucesión de sacudidas, unas cuantas pausas entre ellas, más esfuerzos, y Jesús quedó empalado.
-¡Ah! -exclamó el violador, volviéndose con aire triunfal hacia su coadjutor, con los ojos centelleantes y sus lujuriosos labios babeando de gusto-. ¡Ah, esto es verdaderamente sabroso, qué estrecho es y sin embargo, lo tiene todo adentro, estoy en su interior hasta los testículos!
José practicó un detenido examen, Jonathán estaba en lo cierto. Nada de sus órganos genitales, aparte de sus grandes bolas, quedaba a la vista, y éstas estaban apretadas contra las piernas de Jesús.
Mientras tanto Jesús sentía el calor del invasor casi hasta en su estomago.
Podía darse cuenta de cómo el inmenso miembro que tenía adentro se descubría y se volvía a cubrir, y acometía en el acto por un acceso de lujuria profusamente.
Al tiempo que dejaba escapar un grito desmayado.
José estaba encantado. ¡Empuja. empuja! -decía-.Ahora le da gusto. Mételo todo...¡Empuja!
Jonathán no necesitaba mayores Incentivos, y tomando a Jesús por las caderas se enterraba hasta lo más hondo a cada embestida.
El goce llegó pronto; se hizo atrás hasta retirar todo el pene, salvo la punta, para lanzarse luego a fondo y emitir un sordo gruñido, susurrándole obscenas palabras al oído mientras le mordía las orejas, su cargado aliento envolvía al pequeño, sus gruesas mejillas acariciaban ferozmente la dulce cara del niño, mientras arrojaba un verdadero diluvio de caliente fluido en el interior del juvenil cuerpo de Jesús.
El muchacho sintió el cálido y cosquilleante chorro disparado a toda violencia en su interior, y una vez más sintió su propio corazón palpitar apresuradamente, su erección casi hasta reventar su infantil sexo y en sus sienes el continuo bum, bum, de un orgasmo aun seco.
Los grandes chorros que a intervalos inundaban sus órganos vitales, procedentes de las poderosas reservas Jonathán -cuyo singular don al, respecto expuse ya anteriormente le causaban a Jesús la más deliciosas sensaciones, y elevaban su placer al máximo durante las descargas, al mismo tiempo que lo sumían en una profunda tristeza.
Apenas se hubo retirado Jonathán cuando se posesionó de su hijo, José, y comenzó un lento disfrute de sus más secretos encantos.
Un lapso de veinte minutos bien contados transcurrió desde el momento en que el lujurioso padre inicio su goce, hasta que dio completa satisfacción a su lascivia con una copiosa descarga, la que Jesús recibió con estremecimientos de deleite sólo capaces de ser imaginados por una mente enferma. Tres días seguidos habían pasado follando, mamando y bebiendo semen, orina y todo fluido que llegase a sus labios.

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