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CAPITULO 06

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 06

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Su pecho se agitaba todavía bajo la violencia de sus transportes, y sus hermosos ojos permanecían entornados en lánguido reposo.
Jonatán era de los contados hombres capaces de controlar sus Instintos pasionales en circunstancias como las presentes. Continuos hábitos de paciencia en espera de alcanzar los objetos propuestos, el empleo de la tenacidad en todos sus actos, no se habían borrado por completo, no obstante su temperamento fogoso y de deseos tan violentos que caían fuera de lo común, había aprendido a controlar sus pasiones hasta la mortificación.
Ya es hora de que descorramos el velo que cubre el verdadero carácter de este hombre. Jonatán era la personificación viviente de la lujuria. Su mente estaba en realidad entregada a satisfacerla, y sus fuertes instintos animales, su ardiente y vigorosa constitución, al Igual que su indomable naturaleza, lo identificaban con la imagen física y mental del sátiro de la antigüedad.
Pero el Niño Jesús sólo lo conocía como el Hombre Santo que no sólo le había perdonado su grave delito... sino que le había también abierto el camino por el que podía dirigirse, sin pecado, a gozar de los placeres que tan firmemente tenía fijos en su juvenil imaginación.
El osado Sacerdote, sumamente complacido por el éxito de una estratagema que había puesto en sus manos lujuriosas una víctima y también por la extraordinaria sensualidad de la naturaleza del joven y el evidente deleite con que se entregaba a la satisfacción de sus deseos, se disponía en aquellos momentos a cosechar los frutos de su superchería y disfrutaba lo indecible con la idea de que iba a poseer los delicados encantos que Jesús podía ofrecerle para mitigar su espantosa lujuria.
Al fin era suyo, y al tiempo que se retiraba de su cuerpo tembloroso, conservando todavía en sus labios el sabor del pequeño hombrecito. Su miembro, todavía hinchado y rígido, presentaba una cabeza reluciente a causa de la presión de la sangre y el endurecimiento de los músculos.
Tan pronto como el joven se hubo recuperado del ataque qua acabamos de describir, inferido por su protector en las partes más sensibles de su persona, alzó la cabeza de la posición inclinada en que reposaba, sus ojos volvieron a tropezar con el gran tronco que el Sacerdote mantenía impúdicamente expuesto.
Yeshúa pudo ver el largo y grueso mástil blanco, y la mata de negros pelos rizados de donde emergía, oscilando rígidamente hacia arriba, y la cabeza en forma de huevo que sobresalía en el extremo, roja y desnuda, y que parecía invitar el contacto de su mano.
Contemplaba aquella gruesa y rígida masa de músculo y carne, e incapaz de resistir la tentación la tomó de nuevo entre sus manos, imaginando que algún día el mismo podría tener un arma de tal calibre entre sus propias piernas.
La apretó, la estrujó, para observar la gran nuez que la coronaba.
Maravillado, contempló el agujerito que aparecía en su extremo, y tomándolo con ambas manos lo mantuvo palpitante, junto a su cara.
¡Oh, Señor! ¡Qué cosa tan maravillosa! -exclamó-.
¡Qué grande!
¡Por favor, Señor Jonatán, dígame cómo debo proceder para aliviar a nuestros Santos Ministros religiosos de esos sentimientos que según usted tanto los inquietan, y que hasta dolor les causan!
Jonatán estaba demasiado excitado para poder contestar. Pero tomando la mano del pequeño con la suya le enseñó al inocente muchacho cómo tenia que mover sus dedos de atrás y adelante en su enorme objeto.
Su placer era intenso... y el del pequeño no parecía ser menor.
Siguió frotando el miembro entre las suaves palmas de sus manos, mientras contemplaba con aire inocente la cara de él. Después le preguntó en voz queda si ello le proporcionaba gran placer y si por lo tanto tenia qué seguir actuando tal como lo hacia.
Entretanto, el gran pene del Sacerdote engordaba y crecía todavía más por efecto del excitante cosquilleo al que lo sometía el jovencito.
"'Espera un momento. Si sigues frotándolo de esta manera voy a terminar -dijo por lo bajo-. Será mejor retardarlo todavía un poco.
-¿Terminará, Señor? --inquirió Yeshúa ávidamente. ¿Qué quiere decir eso?
-¡Ah, mi dulce niño, tan adorable por tu belleza como por tu inocencia!
¡Cuán divinamente llevas a cabo tu excelsa misión!
-Exclamó Jonatán, encantado de abusar de la evidente inexperiencia de su joven penitente, y de poder así envilecerlo.
Terminar significa completar el acto por medio del cual se disfruta en su totalidad del placer venéreo, y supone el escape de una gran cantidad de fluido blanco y espeso del interior de la cosa que sostienes entre tus manos, y que al ser expelido proporciona igual placer al que la arroja que a la persona que, en el modo que sea, la recibe.
Jesús recordó a Judas y su éxtasis, y entendió enseguida a lo que el Sacerdote se refería.
¿Y este derrame le proporcionaría alivio, Señor?
-Claro que si, hijo mío., y por ello deseo ofrecerte la oportunidad de que me proporciones ese alivio bienhechor. Como bendito sacrificio de uno de los más humildes servidores de la iglesia.
-¡Qué delicia! -murmuró el Niño Jesús-. Por obra mía correrá esa rica corriente, y es únicamente a mí a quien el Santo Varón reserva ese final placentero. ¡Cuánta felicidad me proporciona poderle causar semejante dicha!
Después de expresar apasionadamente estos pensamientos, inclinó la cabeza. El objeto de su adoración exhalaba un perfume difícil de definir. Depositó sus húmedos labios sobre su extremo superior, cubrió con su adorable boca el pequeño orificio, y luego besó ardientemente el reluciente miembro.
-¿Cómo se llama ese fluido? -preguntó Jesús, alzando una vez más su lindo rostro.
-Tiene varios nombres -replicó el Santo Varón-. Depende de la clase social a la que pertenezca la persona que lo menciona. Pero entre nosotros, hijo mío, lo llamaremos leche.
-¿Leche? -repitió Yeshúa inocentemente, dejando escapar el erótico vocablo por entre sus dulces labios, con una unción que en aquellas circunstancias resultaba natural.
Si, hijo mío, la palabra es leche.
Por lo menos así quisiera que lo llamaras tú, y enseguida te inundaré con esta esencia tan preciosa.
-¿Cómo tengo que recibirla?
-Preguntó Yeshúa, pensando en Judas, y en la tremenda diferencia relativa entre su instrumento y el gigantesco pene en que aquellos instantes tenía ante sí.
Hay varios modos para ello. Todos los cuales tienes que aprender. Pero ahora no estamos bien acomodados para el principal de los actos del rito venéreo, la copulación permitida de la que hemos hablado.
Por consiguiente debemos sustituirlo por otro medio más sencillo, así que en lugar de que descargue esta esencia llamada leche en el Interior de tu cuerpo, teniendo en cuenta que la suma estrechez de tu hoyito provocaría que fluyera con extrema abundancia, empezaremos con la fricción por medio de tus obedientes dedos, hasta que llegue el momento en que se aproximen los espasmos que acompañan a la emisión.
Llegado el instante, a una señal mía tomarás entre tus labios, lo más que quepa en ellos de la cabeza de este objeto, hasta que, expelida la última gota, me retire satisfecho, por lo menos temporalmente.
Yeshúa, cuyo lujurioso instinto le había permitido disfrutar la descripción hecha por el Sacerdote, y que estaba tan ansioso como él mismo por llevar a cumplimiento el atrevido programa, manifestó rápidamente su voluntad de complacer.
Jonatán colocó una vez más su enorme pene en manos de Jesús.
Excitado tanto por la vista como por el contacto de tan notable objeto, que tenía asido entre ambas manos con verdadero deleite, el niño se dio a cosquillear, frotar y exprimir el enorme y tieso miembro de manera que proporcionaba al licencioso Sacerdote el mayor de los goces.
No contento con friccionarlo con sus firmes manos, Yeshúa dejando escapar palabras de devoción y satisfacción, llevó la espumeante cabeza a sus rosados labios, y la introdujo hasta donde le fue posible, con la esperanza de provocar con sus toques y con las suaves caricias de su lengua la deliciosa eyaculación que debía sobrevenir.
Esto era más de lo que el Santo Varón había esperado, ya que nunca supuso que iba a encontrar un discípulo tan bien dispuesta para el irregular ataque que había propuesto. Despertadas al máximo sus sensaciones por el delicioso cosquilleo de que era objeto, se disponía a inundar la boca y la garganta del muchachito con el flujo de su poderosa descarga.
Jonatán comenzó a sentir que no tardaría en terminar, con lo que iba a terminar su placer.
El era uno de esos seres excepcionales, cuya abundante eyaculación seminal es mucho mayor que la de los individuos normales. No sólo estaba dotado del singular don de poder repetir el acto venéreo con intervalos cortos, sino que la cantidad con que terminaba su placer era tan tremenda como desusada.
La superabundancia parecía estar en relación con la proporción con que hubieran sido despertadas sus pasiones animales, y cuando sus deseos libidinosos habían sido prolongados e intensos, sus emisiones de semen lo eran igualmente.
Fue en estas circunstancias que Jesús había emprendido la tarea de dejar escapar los contenidos torrentes de lujuria de aquel hombre. Iba a ser su dulce boca la receptora de los espesos y viscosos torrentes que hasta el momento no había experimentado, e ignorante como se encontraba de los resultados del alivio que tan ansioso estaba de administrar, el jovencito deseaba la consumación de su labor y el derrame de leche del que le había hablado el buen Sacerdote.
El exuberante miembro engrosaba y se enardecía cada vez más, a medida que los excitantes labios de Yeshúa apresaban su anchurosa cabeza y su lengua jugueteaba en torno al pequeño orificio. Sus blancas manos lo privaban de su dúctil piel, o cosquilleaban alternativamente su extremo inferior.
Dos veces retiró Jonatán la cabeza de su miembro de los labios del Hijo de Dios, incapaz ya de aguantar los deseos de terminar al delicioso contacto de los mismos.
Al fin Jesús, impaciente por el retraso, y habiendo al parecer alcanzado un máximo de perfección en su técnica, presionó con mayor energía que antes el tieso dardo.
Instantáneamente se produjo un envaramiento en las extremidades del buen Hombre. Sus piernas se abrieron ampliamente a ambos lados de su penitente. Sus manos se agarraron convulsivamente del cojín. Su cuerpo se proyectó hacia adelante y se enderezó.
¡Yahvé! ¡Ya voy a terminar!
Exclamó al tiempo que con los labios entreabiertos y los ojos vidriosos lanzaba una última mirada a su inocente víctima.
Después se estremeció profundamente, y entre lamentos y entrecortados gritos histéricos, su pene, por efecto de la provocación del jovencito, comenzó a expeler torrentes de espeso y viscoso fluido.
Yeshúa, comprendió por los chorros que uno tras otro inundaban su boca y resbalaban garganta abajo, así como por los gritos de su compañero, que éste disfrutaba al máximo los efectos de lo que el había provocado, siguió succionando y apretujando hasta que, lleno de las descargas viscosas, y semi asfixiado por su abundancia se vio obligado a soltar aquella jeringa humana que continuaba eyaculando a chorros sobre su rostro.
-¡Oh Señor! exclamó el Niño Jesús, cuyos labios y cara estaban inundados de la caliente leche del Sacerdote. ¡Qué placer me ha provocado!
Y a usted, Seño. ¿No le he proporcionado el preciado alivio que necesitaba?
Jonatán, demasiado agitado para poder contestar, atrajo al gentil muchacho hacia sus brazos, y comprimiendo sus chorreantes labios los cubrió con húmedos besos de gratitud y de placer, lamiendo de a pocos las gruesas gotas de semen que aun escurrían por las mejillas.

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