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CAPITULO 22

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 22

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Hubiera querido continuar cosquilleando, frotando y, excitando el henchido tronco de su lascivo padre, pero el fornido hombre le hizo señas de que se detuviera.
Espera un momento, Jesús -suspiró-, vas a hacer que termine.
Jesús soltó el enorme dardo blanco y se echó hacia atrás, de manera que su padre pueda accionar despacio, sin que el dejara por un solo momento de prestar ansiosamente atención a las extraordinarias dimensiones del miembro de Jonathán.
Nunca había gustado Jesús con tanto deleite de un pene, como ahora estaba disfrutando el respetable miembro de su padre.
Por tal razón aplicó sus labios al mismo con la mayor fruición, sorbiendo morbosamente la secreción que de vez en cuando exudaba la punta. José estaba arrobado con sus atentos servicios.
A continuación el Sacerdote se arrodilló, y pasando su rasurada cabeza por entre las piernas de José, que estaba de pie ante su hijo, abrió los muslos de éste para asir después con sus dedos el pequeño y duro falo, sin apartar la mirada introdujo aquella arma infantil en su boca.
Al tiempo que con sus gruesos labios cubría su juvenil y lampiño pubis. Así poco apoco comenzó a lamer alrededor con su lengua, y hasta trató de introducirla en la roja abertura de la extremidad. Estaba hasta el frenesí. Sus mejillas ardían, su respiración iba y venía con ansiedad espasmódica.
Jesús se estremecía de placer.
Su padre se puso aún mas rígido, y empujó fuertemente dentro de la boca del muchacho, el cual tomó sus testículos entre sus mano para estrujarlos con suavidad.
Retiró hacia atrás la piel del ardiente tronco, y reanudó su acción con evidente deleite.
¡Termina ya! dijo Jesús, abandonando por un momento la viscosa cabeza con objeto de poder hablar y tomar aliento.
¡Termina, padre ! ¡Me agrada tanto saborearlo! Podrás hacerlo, pequeño pero todavía no.
No debemos ir tan aprisa. ¡Oh! ¡Cómo me mama!... ¡Cómo me lame su lengua!
¡Estoy ardiendo!... ¡Me mata! De veras que sí, querido padre , Ponme tu pene de nuevo en la boca. Todavía no, Jesús, amor mío...
No me hagas aguardar demasiado. Me está enloqueciendo.... Padre! ¡Padre!
¡Oh ya viene hacia mí! ¡Se prepara para joderme! ... ¡Dios santo, qué miembro!
¡Piedad! i Me partirá en dos!
Entretanto, Jonathán, enardecido por el delicioso jugueteo con el que estuvo entretenido se encontró demasiado excitado para permanecer como estaba. y aprovechando la oportunidad de una momentánea retirada de José, se puso de pie y tumbó sobre sus espaldas en el blanco sofá, al hermoso muchacho .
José tomó en su mano el formidable pene del Sacerdote, le dio un par de sacudidas preliminares, retiró la piel que rodeaba su cabeza en forma de huevo y encaminando la punta anchurosa y ardiente hacia el rosado ano de su hijo lo empujó vigorosamente dentro de el.
La humedad se consiguió con un par de escupitajos, lo que facilitó la entrada de la cabeza y la parte delantera, y el arma del sacerdote pronto quedó sumida.
Siguieron fuertes embestidas, y con brutal lujuria reflejada en el rostro, y escasa piedad por la juventud de la víctima.
Jonathán lo ensartó. La excitación de Jesús superaba el dolor, por lo que se abrió de piernas hasta donde le fue posible para permitirle regodearse según su deseo en la posesión de su cuerpo.
Un ahogado lamento escapó de los entreabiertos labios de Jesús cuando sintió aquel gran arma, dura como el hierro, presionando su próstata, y dilatándole el ano con su gran tamaño.
José no perdía detalle del lujurioso espectáculo que se ofrecía a su vista y se mantuvo al efecto cerca de la excitada pareja.
En un momento dado depositó su poco menos vigoroso miembro en la mano convulsa de su hijo.
Jonathán, tan pronto como se sintió firmemente alojado en el lindo cuerpo que estaba debajo de él refrenó su ansiedad.
Llamando en auxilio suyo al extraordinario poder de autocontrol con el que estaba dotado, pasó sus manos temblorosas sobre las caderas del muchacho, y apartando sus ropas descubrió su velludo vientre con el que a cada sacudida frotaba el mullido culo del menor.
De pronto el sacerdote aceleró su trabajo con poderosas y rítmicas embestidas se enterraba en el tierno cuerpo que yacía debajo de él.
Apretó fuertemente hacia adelante, y Jesús enlazó sus blancos brazos en torno a su musculoso cuello.
Sus testículos golpeaban las posaderas del pequeño, su instrumento había penetrado hasta los pelos que, negros y rizados, cubrían por completo el sexo de el.
Ahora lo tiene. Observa, José, a tu hijo. Ve cómo disfruta los ritos eclesiásticos.
¡Ah, qué placer! ¡Cómo me mordisquea con su estrecho culo!
¡Oh, fóllame mas! Ya estoy terminando.
¡Empuje! ... ¡Máteme con él, si gustáis, pero no deje de moverse!
¡Así! ¡Oh! ¡Cielos! ¡Ah, ah! ¡Cuán grande es! ¡Cómo me entra! ... ¡Oh, Dios gritó Jesús!
¡Me está matando!... Es demasiado... Me muero...
Y dejando escapar un grito ahogado, el muchacho tuvo un gran orgasmo seco con el que ajusto muy fuerte el grueso miembro que tan deliciosamente lo estaba follando.
El largo pene engruesó y se enardeció todavía más.
También la bola que lo remataba se hinchó, y todo el tremendo aparato parecía que iba a estallar de lujuria.
El Niño Jesús susurraba frases incoherentes, de las que sólo se entendía la palabra “Follar”.
Jonathán, también completamente enardecido, y sintiendo su enorme verga atrapada en las juveniles carnes del muchacho, no pudo aguantar más, y agarrando las nalgas de Jesús con ambas manos, empujó hacia el interior toda la tremenda longitud de su miembro y descargó, arrojando los espesos chorros de su fluido, uno tras otro, muy adentro de su compañero de juego .
Un bramido como de bestia salvaje escapó de su pecho a medida que arrojaba su cálida leche.
¡Oh ya viene!... ¡Me está inundando! ¡Ya siento!... ¡Ah, qué delicia!
Mientras tanto el miembro del sacerdote, bien hundido en el cuerpo de Jesús, seguía emitiendo por su henchida cabeza el semen perlino que inundaba los intestinos de el .
¡Ah, qué cantidad me está dando! -comentó Jesús, mientras se bamboleaba sobre sus pies y sentía correr en todas direcciones, piernas abajo, el cálido fluido.
¡Cuán blanco y viscoso es !
Esta era exactamente la situación que más ansiosamente esperaba el carpintero, y por lo tanto procedió sosegadamente a aprovecharla.
Miró sus piernas empapadas, metió sus dedos en el rojo ano, embarró el semen exudado sobre su lampiño sexo.
Seguidamente, colocando a su hijo adecuadamente frente a él, José exhibió una vez más su tieso y peludo campeón, y excitado por las excepcionales escenas que tanto le habían deleitado, contempló con ansioso celo las tierna partes del Niño Jesús, completamente cubiertas como estaban por las descargas del sacerdote y exudando todavía espesas y copiosas gotas de su prolífico fluido.
Jesús, obedeciendo a sus deseos, abrió lo más posible sus piernas. Su padre se colocó ansiosamente entre los muslos del pequeño.
Estate quieto, mi querido hijo.
Mi pene no es gordo ni tan largo como el de Jonathán, pero sé muy bien cómo joder, y podrás comprobar sí la leche de tu padre es tan espesa y deliciosa como la de cualquier eclesiástico.
Mira cómo la tengo de dura. ¡Y cómo me haces esperar! -dijo Jesús. Veo tu verga aguardando turno... ¡Cuán roja se ve! ... ¡Empújame padre !
Ya estoy listo de nuevo y el buen Jonathán te ha aceitado bien el camino.
El duro miembro tocó con su enrojecida cabeza el esfínter aun dilatado, completamente resbalosos y su punta se afianzó con firmeza.
Luego comenzó a penetrar el miembro propiamente dicho y tras unas cuantas embestidas firmes aquel ejemplar pariente se había adentrado hasta los testículos en el culo de su hijo. solazándose lujuriosamente entre el tufo que evidenciaba sus anteriores e impías venidas con el Sacerdote.
Querido padre (exclamó el muchacho)... Acuérdate con quien estás jodiendo... No se trata de un extraño. Es tu hijo, tu propio hijo...
Fóllame bien entonces padre. Entrégame todo el poder de tu vigoroso miembro. Jódeme hasta que tu leche se derrame en mi interior! ¡Ah! ¡Ohhhh!
Y sin poderse contener ante el conjuro de sus propias ideas lujuriosas Jesús se entregó a la más desenfrenada sensualidad con gran deleite de su padre .
El vigoroso hombre, gozando la satisfacción de su lujuria preferida, se dedicó a efectuar una serie de rápidas y poderosas embestidas.
No obstante lo anegado que se encontraba el recto de su lindo oponente era de por sí pequeño, lo bastante estrecho para pellizcarle deliciosamente y provocar así que su placer aumentara rápidamente.
José se alzó para lanzarse con rabia adentro del cuerpo del joven, y el hermoso niño se asió a él con el apremio de una lujuria todavía no saciada. Su verga engrosó y se endureció todavía más.
El cosquilleo se hizo pronto casi insoportable.
Jesús se entregó por entero al placer del acto incestuoso, hasta que José, dejando escapar un suspiro, terminó dentro de su hijo, inundando de nuevo el cuerpito del niño con su cálido fluido.
Jesús llegó también al éxtasis y al propio tiempo que recibía la poderosa inyección, placenteramente acogida, convulsionaba como prueba de su goce. Habiéndose así completado el acto, se dio tiempo a Jesús para lavarse y después, tras de apurar un tonificante vaso lleno de vino hasta los bordes, se sentaron los tres para concertar un diabólico plan para la violación y el goce del pequeño Juan hijo de Zacarías.

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