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CAPITULO 20

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 20

Estaba yo en compañía de Leví cuando llego a la Sinagoga, un apuesto joven de unos veintidós años de edad. Pronto descubrí, por la marcha de su conversación, que aunque relacionado de cerca con personas de rango, el joven no poseía títulos, si bien era familiar de uno de los más ricos hombres de la población.
Los nombres no interesan aquí. Por lo tanto suprimo el de este apuesto jovencito.
Después que el Sacerdote hubo impartido su bendición tras de poner fin a la ceremonia por medio de la cual había entrado en posesión de lo más selecto de los secretos del joven, nada renuente, lo condujo a un cuarto pequeño de la Sinagoga mismo lugar donde Jesús recibió su primera lección de copulación santificada.
Pasó el cerrojo a la puerta y no perdió tiempo. El muchacho se despojó de sus ropas, y el fornido Sacerdote abrió su sotana para dejar al descubierto su enorme arma, cuya enrojecida cabeza se alzaba con aire amenazador.
No bien se dio cuenta de esta aparición, el joven se apoderó del miembro, como quien se posesiona a como dé lugar de un objeto de deleite que no le es de ninguna manera desconocido.
Su diestra mano estrujó gentilmente el enhiesto pilar que constituía aquel tieso músculo, mientras con los ojos lo devoraba en toda su extensión.
- Tienes que metérmelo por detrás -comentó el joven-. - Pero debes tener mucho cuidado, ¡Es tan terriblemente grande!
Los ojos del Sacerdote centellaban en su pelirroja cabezota y en su enorme arma se produjo un latido espasmódico que hubiera podido alzar una silla.
Un segundo después el mozuelo se había arrodillado sobre la silla dándole la espalda al sacerdote, y Leví, aproximándose a el, levantó sus ropas interiores para dejar expuesto un redondo trasero, bajo el cual, medio escondido entre unos duros y velludos muslos, se veían un par de hinchados y gordos huevos descansando sobre un rotundo falo, profusamente sombreada por una mata de pelos castaños que se rizaban en torno a el.
Leví no esperó mayores incentivos. Escupiendo en la punta de su miembro, colocó su cálida cabeza en el caliente orificio anal y después, tras muchas embestidas y esfuerzo, consiguió hacerlo entrar hasta los testículos.
Se adentró más, más y más, hasta que dio la impresión de que el hermoso recipiente no podría admitir más sin peligro de sufrir daño en sus órganos vitales.
-Entre tanto el rostro del joven reflejaba el extraordinario placer que le provocaba el gigantesco miembro.
De pronto Leví se detuvo. Estaba dentro hasta los testículos.
Sus pelos rojos y crispados acosaban los orondos cachetes de las nalgas del muchacho.
Este había recibido en el interior de su cuerpo, en toda su longitud, la vara del sacerdote.
Entonces comenzó un encuentro que sacudía la banca y todos los muebles de la habitación.
Asiéndose con ambos brazos en torno al cuerpo del muchacho, el sensual sacerdote se tiraba a fondo en cada embestida, sin retirar más que la mitad de la longitud de su miembro, para poder adentrarse mejor en cada ataque, hasta que el muchacho comenzó a estremecerse por efecto de las exquisitas sensaciones que le proporcionaba un asalto de tal naturaleza.
Poco a poco, con los ojos cerrados y la cabeza caída hacia adelante, eyaculo potentemente su cálida esencia.
Leví, entretanto, seguía accionando en el interior de los intestinos, y a cada momento su arma se endurecía más, hasta llegar a asemejarse a una barra de acero sólido.
Pero todo tiene su fin, y también lo tuvo el placer del buen sacerdote, ya que después de haber empujado, luchado, apretado y batido con furia, su verga no pudo resistir más, y sintió alcanzar el punto de la descarga de su savia, llegando de esta suerte al éxtasis .
Llegó por fin. Dejando escapar un grito hundió hasta la raíz su miembro en el interior del joven, y derramó en sus entrañas un abundante chorro de leche.
Todo había terminado, había pasado el último espasmo, había sido derramada la última gota, y Leví yacía como muerto.
El lector no imaginará que el buen Leví iba a quedar satisfecho con sólo este único ataque que acaba de asestar con tan excelentes efectos, ni tampoco que el muchacho, cuyos licenciosos apetitos habían sido tan poderosamente apaciguados, no deseaba ya nuevos escarceos.
Por el contrario, esta copula no había hecho más que despertar las adormecidas facultades sensuales de ambos, y de nuevo sintieron despertar la llama del deseo.
El joven yacía sobre su espalda con la verga nuevamente hinchada por el deseo y la lujuria; su fornido violador se acerco como un león a su presa, tomando con ambas manos el delicioso falo del jovencito se dejo caer lentamente sobre el, hundiendo el preciosos ariete en su propio ano, hasta que se juntaron los pelos de ambos, así estuvo subiendo y bajando satisfaciéndose por su propia mano hasta que terminó de nuevo, llenándose el culo del viscoso torrente del mozuelo. Todavía insatisfecha, la lasciva pareja continuó en su excitante pasatiempo.
Esta vez Leví se recostó sobre su espalda, y el mozuelo, tras de juguetear lascivamente con sus enormes órganos genitales, tomó la roja cabeza de su pene entre sus labios, al tiempo que lo estimulaba con toquecitos enloquecedores hasta conseguir el máximo de tensión, todo ello con una avidez que acabó por provocar una abundante descarga de fluido espeso y caliente, que esta vez inundó su boca y corrió garganta abajo.
Luego el muchacho, cuya lasciva era por lo menos igual a la del Sacerdote, se colocó sobre la corpulenta figura de éste, y tras de haber asegurado otra gran erección del Sacerdote, se empaló en el palpitante dardo hasta no dejar a la vista nada más que las grandes bolas que colgaban de la endurecida arma.
De esta manera succionó hasta conseguir una cuarta descarga de Leví.
Exhalando un fuerte olor a semen, en virtud de las abundante eyaculaciones del sacerdote, y fatigada por la excepcional duración del entretenimiento se dio luego a contemplar cómodamente las monstruosas proporciones y la capacidad fuera de lo común de su gigantesco compañero.

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