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CAPITULO 12

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 12

Eran casi las once de la mañana, Jesús no había cenado la noche anterior, ni había desayunado esa mañana, aprovecharon eso y se sacaron algunas botellas de vino, de una cosecha rara y añeja, y bajo su poderosa influencia Jesús fue recobrando poco a poco su fortaleza.
Transcurrida una hora, los tres Sacerdotes consideraron que había tenido tiempo bastante para recuperarse, y comenzaron de nuevo a presentar síntomas de que deseaban volver a gozar de su persona.
Excitado tanto por los efectos del vino como por la vista y el contacto con sus lascivos compañeros, el jovencito comenzó a extraer de debajo las túnicas los miembros de los tres Sacerdotes, los cuales estaban evidentemente divertidos con la escena, puesto que no daban muestra alguna de recato.
En menos de un minuto Jesús tuvo a la vista los tres grandes y enhiestos objetos.
Los besó y jugueteó con ellos, aspirando la rara fragancia que emanaba de cada uno, y manoseando aquellos enardecidos dardos.
-Déjanos joderte -exclamó piadosamente el Sumo Sacerdote, cuyo pene se encontraba en aquellos momentos en los labios de Yeshúa.
-Amén -cantó Jonatán. El tercer eclesiástico permaneció silencioso, pero su enorme artefacto amenazaba al cielo.
Jesús fue invitado a escoger su primer asaltante en esta segunda vuelta. Eligió a Jonatán.
Pero el Sumo Sacerdote interfirió. Entretanto, aseguradas las puertas, los tres Sacerdotes se desnudaron, ofreciendo así a la mirada de Jesús tres vigorosos campeones en la plenitud de la vida.
Armado cada uno de ellos con un membrudo dardo que, una vez más, surgía enhiesto de su parte frontal, y oscilaba amenazante.
-¡Uf! ¡Vaya monstruo! -exclamó el jovencito, cuya vergüenza no le impedía ir tentando, alternativamente, cada uno de aquellos temibles aparatos.
A continuación lo sentaron en el borde de la mesa, y uno tras otros succionaron su erecto pene, así como su aun dilatado ano, describiendo círculos con sus cálidas lenguas en torno al húmedo hueco colorado, en el que poco antes habían apaciguado su lujuria. Jesús se abandonó complacido a este juego, y abrió sus piernas cuanto pudo para agradecerlo.
-Sugiero que nos lo chupe uno tras otro propuso el Sumo Sacerdote.
Bien dicho corroboró Leví, el pelirrojo de temible erección.
Pero hasta el final. Yo quiero poseerlo una vez más.
-De ninguna manera, Leví -dijo el Sumo Sacerdote-.
Ya lo hiciste dos veces; ahora tienes que pasar a través de su garganta, o conformarte con nada.
Yeshúa no quería en modo alguno verse sometido a otro ataque de parte de Leví, por lo cual cortó la conversación por lo sano asiendo su voluminoso miembro e introduciendo lo más que pudo de él entre sus gruesos labios.
El muchacho succionaba suavemente hacia arriba y hacia abajo de la azulada nuez, haciendo pausas de vez en cuando para contener lo más posible en el interior de sus húmedos labios el largo y voluminoso dardo.
Sus manos se cerraban alrededor y lo agarraban en un trémulo abrazo, mientras el contemplaba cómo el monstruoso pene se endurecía cada vez más por efecto de las intensas sensaciones transmitidas por medio de sus toques.
No tardó Leví ni cinco minutos en empezar a lanzar aullidos que más se asemejaban a los lamentos de una bestia salvaje que a las exclamaciones surgidas de pulmones humanos, para acabar expeliendo semen en grandes cantidades a través de la garganta del muchacho.
Jesús presionó el dardo para facilitar la emisión del chorro hasta la última gota. El fluido de Leví era tan espeso y cálido como abundante, y chorro tras chorro derramó todo el líquido en la boca del pequeño, quien se lo tragó todo.
He aquí una nueva experiencia sobre la que tengo que instruirte, hijo mío dijo el Sumo Sacerdote cuando, a continuación Jesús aplicó sus dulces labios a su ardiente miembro.
-Hallarás en el mayor motivo de dolor que de placer, pero los caminos de Yahvé son difíciles, y tienen que ser aprendidos y gozados gradualmente, además tu cuerpo es joven, tu carne es elástica de modo que será fácil para ti lograrlo pronto.
-Me someteré a todas las pruebas, Señor replico el niño-. Ahora ya tengo una idea más clara de mis deberes, y sé que soy uno de los elegidos para aliviar los deseos de los buenos Sacerdotes.
-Así es hijo mío, y recibes por anticipado la bendición del cielo cuando obedeces nuestros más insignificantes deseos, y te sometes a todas nuestras indicaciones, por extrañas e irregulares que parezcan.
Dicho esto, tomó al menor entre sus robustos brazos y lo llevó una vez más al cofre acojinado, colocándolo de cara a él, de manera que dejara expuestas sus desnudas y duras nalgas a los tres Santos Varones.
Seguidamente, colocándose entre los muslos de su víctima, apuntó la cabeza de su tieso miembro hacia el pequeño orificio situado entre las rotundas nalgas de Yeshúa, y empujando su bien lubricada arma poco a poco comenzó a penetrar en su orificio, esta vez algo mas fácil y mas rápido.
-¡Oh, Dios! -gritó Jesús. ¡Oh, por favor...! ¡No se detenga!
-¡Oh, Que bueno! –gritaba Jesús...

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