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CAPITULO 25

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 25

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En ese tiempo ya pudo verse que el jovencito no había desperdiciado ninguna de las instrucciones que se le dieron sobre la parte que tenía que desempeñar conspiración urdida.
Jesús no tardo mucho en encontrarse en casa del anciano Zacarías, y tal vez por azar, o quizás más bien porque así lo había preparado aquel respetable ciudadano, a solas con él.
Zacarías advirtió su oportunidad y, cual inteligente general, se dispuso al asalto.
Se encontró con que su lindo compañero, o estaba en el limbo en cuanto a sus intenciones, o estaba bien dispuesto a alentarlas.
Zacarías. había ya colocado sus brazos en torno a la cintura de Jesús y, como por accidente, la mano derecha del pequeño, comprimía ya bajo su nerviosa palma el varonil miembro de él.
Lo que Jesús podía palpar puso de manifiesto la violencia de su emoción.
Un espasmo recorrió el duro objeto de referencia a todo lo largo y Jesús no dejo de experimentar otro similar de placer sensual.
El enamorado Zacarías lo atrajo suavemente hacia si, y abrazó su cuerpo complaciente.
Rápidamente estampó un cálido beso en su mejilla y le susurró palabras halagüeñas para apartar su atención de sus maniobras.
Intentó algo más; frotó la mano de Jesús sobre el duro objeto, lo que le permitió al jovencito advertir que la excitación podría ser demasiado rápida.
Jesús se atuvo estrictamente a su papel en todo momento: “era un muchacho inocente y recatado”.
Zacarías, alentado por la falta de resistencia de parte de su joven amigo, dio otros pasos todavía más decididos. Su inquieta mano vagó por de la túnica de Jesús y acarició sus duras pantorrillas.
Luego, de repente, al tiempo que besaba con verdadera pasión sus labios, pasó sus temblorosos dedos por debajo para tentar sus blancos muslos. Pero el Niño Jesús lo rechazó.
En cualquier otro momento se hubiera acostado sobre sus espaldas y le hubiera permitido hacer lo peor, pero recordaba la lección, y desempeñó su papel perfectamente.
-¡Oh! Qué atrevimiento el de usted -gritó el jovencito-.
-¡Qué groserías son éstas! ¡No puedo permitírselo!
-Mí padre dice que no debo consentir que nadie me toque ahí. En todo caso nunca antes de...
-Jesús dudó, se detuvo, y su rostro adquirió una expresión boba.
-Zacarías era tan curioso como enamoradizo. -¿Antes de qué, Jesús?
-¡No debo explicárselo! No debí decir nada al respecto.
-Sólo sus rudos modales me lo han hecho olvidar. –
¿Olvidar qué?
-Algo de lo que ha hablado a menudo mi padre -contestó sencillamente Jesús...
-¿Pero qué es? ¡Dímelo!
-No me atrevo. Además, no entiendo lo que significa. –
Te lo explicaré si me dices qué se trata.
-¿Me promete no contarlo?
-Desde luego.
-Bien. Pues lo que él dice es que nunca tengo que permitir que me pongan las manos ahí, y que si alguien quiere hacerlo tiene que pagar mucho por ello.
-¿Dijo eso, realmente?
-Sí, claro que sí.
-Dijo que puedo proporcionarle una buena suma de dinero, y que hay muchos caballeros que pagarían gustosos por lo que usted quiere hacerme, y dijo que no era tan estúpido como para dejar perder semejante oportunidad.
-Realmente, Jesús, el carpintero sabe de negocios, pero no creía que se atreviera a tanto.
-Pues si, -Dijo Jesús-.
-Está arrobado con el dinero, ¿sabe usted?, -Y yo apenas si sé lo que ello significa, pero a veces dice que va a vender mi virginidad.
-¿Será eso posible? -pensó Zacarías-. -¿Qué tipo debe ser éste? -¡Qué buen ojo para los negocios! Cuanto más pensaba Zacarías acerca de ello, más convencido estaba de la verdad que encerraba la ingenua explicación dada por el Niño Jesús. El pequeño Estaba en venta, y él iba a comprarlo.
Era mejor seguir este camino que arriesgarse a ser descubierto y castigado por sus relaciones secretas. Antes, empero, de que pudiera terminar de hacerse estas prudentes reflexiones, se produjo una interrupción provocada por la llegada de su menor hijo, Juan. Jesús dio pronto una excusa y regresó a su hogar, dejando que los acontecimientos siguieran su curso.

En esta ocasión había caído ya la tarde, y el tiempo era apacible.
El sendero tenía varias curvas pronunciadas, ya medida que Jesús seguía camino adelante se entretenía en contemplar el ganado que pastaba en los alrededores.
En las praderas próximas vio a varios hombres que cultivaban el campo, y un poco más lejos a un grupo de mujeres que descansaba un momento de las labores de la siembra, entretenida en interesantes coloquios.
Al otro lado del camino, en la pradera había dos animales, un semental y una yegua. Evidentemente el primero se había dedicado a perseguir a la segunda, hasta que consiguió darle alcance no lejos de donde se encontraba Jesús.
Pero lo que más sorprendió y espantó a éste fue el maravilloso espectáculo del gran miembro parduzco que erecto por la excitación, colgaba del vientre del semental y que de vez en cuando se encorvaba en impaciente búsqueda del cuerpo de la hembra. Esta debía haber advertido también aquel miembro palpitante, puesto que se había detenido y permanencia tranquila ofreciendo su parte trasera al agresor.
El macho estaba demasiado urgido por sus instintos amorosos para perder mucho tiempo con requiebros, y ante los maravillados ojos de la jovencito montó sobre la hembra y trató de introducir su instrumento. Jesús contemplaba el espectáculo con el aliento contenido, y pudo ver cómo, por fin, el largo y henchido miembro del caballo desaparecía por entero en las partes posteriores de la hembra.
El camino emprendido por el Niño pasaba a través de praderas y era un sendero de carretas que salía al camino.
Decir que sus sentimientos sexuales se excitaron no sería más que expresar el resultado natural del lúbrico espectáculo. En realidad Jesús, estaba más que excitado; sus instintos libidinosos se habían desatado.
Frotándose las manos clavó la mirada para observar con todo interés el lascivo espectáculo, y cuando, tras una carrera rápida y furiosa, el animal retiró su goteante pene. Jesús dirigió a éste una golosa mirada concibiendo la insanía de apoderarse de él para darse gusto a si mismo. Haciendo un gran esfuerzo Jesús reanudó su camino, pero apenas había avanzado una docena de pasos cuando su mirada tropezó con algo que ciertamente no iba a aliviar su pasión.



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