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CAPITULO 16

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 16

Tres días después de los acontecimientos relatados anteriormente, el pequeño Jesús estaba tan sonrosado y encantador con una gran sonrisa en los labios, sus ojos brillaron de alegría al ver a su Sacerdote, amigo y amante, sentado en la misma casa donde, el y sus padres, seguían hospedados.
Fue así como alcancé a oír una conversación que no dejó de sorprenderme algo, y que no vacilo, ahora; en revelar pues está directamente relacionada con los sucesos que refiero.
Por medio de él, tuve conocimiento del fondo y la sutileza de carácter del astuto Jonathán.
No entrare en detalles simplemente he de decir que era manifiesto que Jonathán estaba inconforme y desconcertado por la súbita participación de sus cofrades en la última de sus adquisiciones, y maquinó un osado y diabólico plan para frustrar su interferencia, al mismo tiempo que daría mas libertad al menor ya que el propio José muchas veces era el que interfería en que el niño valla a satisfacer los deseos sexuales de los Sacerdotes de la Ley.
En resumen, con tal fin, Jonathán acudió directamente a José, protector y “padre” directo de Jesús, y le relató cómo había sorprendido a su menor hijo y a su amante en el abrazo sexual, en forma que no dejaba duda acerca de que había recibido el último testimonio de la pasión del muchacho y que además, había sido correspondido por el inocente.
Al dar este paso el malvado sacerdote perseguía una finalidad ulterior.
Conocía sobradamente el carácter del hombre con el que trataba y también sabía que una parte importante de su propia vida real no le era del todo desconocida, del carpintero bueno y amable.
En efecto, la pareja se entendía a la perfección. Jonathán era hombre de fuertes pasiones, sumamente erótico, y lo mismo sucedía con el padre de Jesús.
Este último, durante incontables borracheras había confesado a Jonathán sus mas bajas pasiones, y en el curso de sus platicas había revelado unos deseos tan irregulares, que el Sacerdote no tenía duda alguna de que lograría hacerle partícipe del plan que había imaginado.
Los ojos de José hacía tiempo que habían codiciado en secreto a Jesús, Deseaba sexualmente a su propio hijo...
Ahora Jonathán le aportaba pruebas que abrían sus ojos a la realidad de que Jesús, a raíz de sus jugueteos con Judas, había comenzado a abrigar sentimientos de naturaleza sexual hacia seres de su mismo género. Cuanto trabajo y cuidaos para que suceda esto... José estaba iracundo al borde de la histeria.
Entonces el Santo varón le dio a entender que había llegado su oportunidad, y que redundaría en ventaja para ambos compartir el premio. Esta proposición tocó una fibra sensible en el carácter de José, la cual Jonathán no ignoraba. Si algo podía proporcionarle un verdadero goce sensual, o ponerle más encantos al mismo, era presenciar el acto de la sodomía, y completar luego su satisfacción con una segunda penetración de su parte, para eyacular en el cuerpo del propio paciente.
El pacto quedó así sellado. Se buscó la oportunidad que garantizara el necesario secreto, además el poseer al Niño Jesús no seria ningún pecado en modo alguno ya que este voluntariamente se había entregado ya a los brazos de un pecador.
Debo decir que María (la madre de Jesús era una enferma mental que muy poco salía de la habitación que le habían asignado), y Jonathán preparó al inocente Jesús para el suceso que iba a desarrollarse.
Después de un discurso preliminar, en el que le advirtió que no debía decir una sola palabra acerca de su intimidad anterior, tras de informarle que su padre había sabido, quién sabe por qué conducto, lo ocurrido con su amante Judas, le fue revelando poco a poco los proyectos que había elaborado. Incluso le habló de la pasión que había despertado su propio padre, para decirle después, lisa y llanamente, que la mejor manera de evitar su profundo resentimiento sería mostrarse obediente a sus requerimientos. Fuesen los que fuesen.
José era un hombre sano y de robusta constitución, que rondaba los treinta y cinco años, tenia manos fuertes y espaldas anchas, siempre había trabajado con su hijo en el taller de carpintería y nunca había visto al pequeño con inclinaciones femeninas.
Como su padre que era, siempre le había inspirado profundo respeto a Jesús, sentimiento en el que estaba mezclado algo de temor por su autoritaria presencia.
Se había hecho cargo del niño desde que Maria su mujer quedo casi desquiciada al sentir que había sido designada para procrear al salvador del mundo , al propio Hijo de Dios y nada menos que a través de la intervención de un Ser celestial. Esto fue algo que su frágil mente no logró entender nunca lo que devino en una locura y desvaríos frecuentes.
José trató siempre a Jesús si no con afecto, tampoco con despego, aunque con reservas que eran naturales dado su carácter, y dado al hecho que era sabido por todos que Jesús fue concebido de las aventuras de Maria con el soldado romano Pantera, como explique antes.
Evidentemente Jesús no tenía razón alguna para esperar clemencia de su parte en una ocasión tal. Al cabo de un rato se presento José, que se acerco presuroso, no me explayaré en el primer cuarto de hora, las lágrimas de Jesús, el embarazo con que recibió los abrazos demasiado tiernos de su padre, y las bien merecidas censuras.
La interesante comedia siguió por pasos contados, hasta que José colocó a su hermoso hijo sobre sus piernas, para revelarle audazmente el propósito que se había formulado de poseerlo.
-No debes ofrecer resistencia pequeño, -explicó cariñoso José-. No dudaré ni aparentaré recato. Basta con que este buen Sacerdote haya santificado la operación, para que posea tu cuerpo de igual manera que tu imprudente “compañero” lo gozó ya con tu mayor consentimiento.
Jesús estaba profundamente confundido.
Aunque sensual, como hemos visto ya y hasta un punto que no es habitual en una edad tan tierna como la suya, se había educado en el seno de las estrictas conveniencias creadas por el severo y repelente carácter de su padre.
Todo lo espantoso del delito que se le proponía aparecía ante sus ojos. Ni siquiera la presencia de Jonathán podían aminorar el recelo con que contemplaba la terrible proposición que se le hacía abiertamente.
Jesús temblaba de sorpresa y de terror ante la naturaleza del delito propuesto.
El cambio habido entre el reservado y severo padre, cuya cólera siempre había lamentado y temido, y cuyos preceptos estaba habituado a recibir con reverencia, y aquel ardiente admirador, sediento de los favores que el acababa de conceder a otro, lo afectó profundamente, aturdiéndolo y disgustándolo.
Entretanto José, que evidentemente no estaba dispuesto a conceder tiempo para reflexionar, y cuya excitación era visible en múltiples aspectos, tomó a su pequeño hijo en sus brazos, y no obstante su renuencia, cubrió su cara y su garganta de besos apasionados y prohibidos.
Jonathán, hacía el cual se había vuelto el menor ante esta exigencia, no le proporcionó alivio; antes al contrario, con una torva sonrisa provocada por la emoción ajena, alentaba a aquél con secretas miradas a seguir adelante con la satisfacción de su placer y su lujuria.
En tales circunstancias adversas toda resistencia se hacía difícil.

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