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CAPITULO 23

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 23

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Acontecio que el Niño Jesús confesó que Zacarías, padre de Juan, lo deseaba, y que evidentemente estaba en espera de la oportunidad para encaminar las cosas hacia la satisfacción de su capricho.
Por su parte, el Sacerdote Jonathán confesó que su miembro se enderezaba a la sola mención del nombre del muchachito.
Lo había confesado, y admitió jocosamente que, durante la ceremonia no había podido controlar sus manos ya que su simple aliento despertaba en él ansias sensuales incontenibles.
José, el carpintero, declaró que estaba igualmente ansioso de proporcionarse placer con los dulces encantos cuya sola descripción lo enloquecía.
Pero el problema estaba cómo poner en marcha el plan.
Si lo violara sin preparación, lo destrozaría (exclamó el padre Jonathán) exhibiendo una vez más su rubicunda maquina, todavía rezumando las prueba de su último goce, que aún no había enjugado .
-Yo no puedo gozarlo primero.
Necesito la excitación de una copulación previa -objetó José.
Me gustaría ver al muchacho bien violado -dijo Jesús- sonriente...
Observaría la operación con deleite, y cuando el padre Jonathán hubiese introducido su enorme cosa en el interior de el, tu podrías hacer lo mismo conmigo para compensarme el obsequio que le haríamos a Juan.
-Sí, esa combinación podría resultar deliciosa.
-¿Qué habrá qué hacer? -Inquirió Jesús-. -¡Dios mío, que tiesa está de nuevo su verga, Jonathán!
-Se me ocurre una idea que sólo de pensar en el me provoca una violenta erección.
-Puesta en práctica sería el colmo de la lujuria, y por tanto del placer.
-Veamos de qué se trata -exclamaron los otros dos; al unísono.
-Aguarda un poco -dijo el santo varón.
Mientras Jesús desnudaba la roja cabeza de su instrumento para cosquillear en el húmedo orificio con la punta de su lengua.
-Escúchame bien -dijo Jonathán-.
Zacarías está enamorado de Jesús.
Nosotros lo estamos de su hijo, y a esta criatura que ahora me está chupando la verga le gustaría ver a su pariente Juan ensartado hasta lo más hondo de su órganos vítales, con el único y lujurioso afán de proporcionarse una dosis extra de placer.
Hasta aquí todos estamos de acuerdo.
Ahora préstenme atención. Y tú, Jesús, deja en paz mi instrumento.
He aquí mi plan: Me consta que el pequeño Juan no es insensible a sus instintos animales.
En efecto, ese diablito siente ya la comezón de la carne. Un poco de persuasión y otro poco de astucia pueden hacer el resto. Juan accederá a que le alivien esas angustias del apetito carnal. Jesús debe alentarlo al efecto. Entretanto el mismo Jesús inducirá al Zacarías a ser más atrevido. Le permitirá que se le declare, si así lo desea él. En realidad, ello es indispensable para que el plan resulte. Ese será el momento en que debo intervenir yo.
Le sugeriré a Zacarías que José es un hombre por encima de los prejuicios vulgares, y que por cierta suma de dinero estará conforme en entregarle a su hermoso y “virginal” hijo para que sacie sus apetitos.
No alcanzo a entenderlo bien -comentó Jesús. No veo el objeto -intervino José. Ello no nos aproximará más a la consumación de nuestro plan.
Aguarde un momento (continuó el buen padre). Hasta este momento todos hemos estado de acuerdo. Ahora Jesús será vendido a Zacarías.
Se le permitirá que satisfaga secretamente sus deseos en los hermosos encantos de este. Pero la víctima no deberá verlo a él, ni viceversa.

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