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CAPITULO 08

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 08

Con un desmayado grito de angustia física, Jesús anunció que su estuprador había vencido toda la resistencia que su juventud había opuesto a la entrada de su miembro y la tortura de la forzada introducción de aquella masa borró la sensación de placer con que en un principio había soportado el ataque, sin embargo el ariete con el que estaba ensartado era tan grande que su propia próstata no podía evitar el roce con el impresionante miembro lo cual convertía la penetración en una mezcla indescriptible de dolor y placer.
Jonatán lanzó un grito de alegría al contemplar la hermosa presa que su serpiente había mordido. Gozaba con la víctima que tenía empalada con su enorme falo.
Sentía el enloquecedor contacto con inexpresable placer.
Veía al muchacho estremecerse por la angustia de su violación.
Su instinto impetuoso había despertado por entero. Pase lo que pase, disfrutaría hasta el máximo. Así pues, estrechó entre sus brazos el cuerpo del hermoso muchacho, y la agasajó con toda la extensión de su inmenso miembro.
Pequeño niño, realmente eres incitante. Tú también tienes que disfrutar. Te daré la leche de que te hablaba. Pero antes tengo que despertar mi naturaleza con este lujurioso cosquilleo.
Bésame, Jesús, y luego la tendrás y cuando mi caliente leche me deje para adentrarse en tus juveniles entrañas, experimentarás los exquisitos deleites que estoy sintiendo yo.
¡Aprieta, Yeshúa! ¡Déjame también empujar, pequeñín! Ahora, entra de nuevo. ¡OH...! ¡OH...!
Jonatán se levantó por un momento y pudo ver el inmenso émbolo a causa del cual el ajustado hoyo de Yeshúa estaba en aquellos momentos extraordinariamente distendido, tanto que solo un milagro proveniente del cielo permitiera seguir aguantando sin desgarrase en un mar de sangre.
Firmemente empotrado en aquella lujuriosa vaina, y saboreando profundamente la suma estrechez de los calida carne en la que estaba encajado, empujó sin preocuparse del dolor que su miembro provocaba, y sólo ansioso de procurarse el máximo deleite posible. No era hombre que fuera a detenerse en tales casos ante falsos conceptos de piedad, en aquellos momentos empujaba hacia dentro lo más posible, mientras que febrilmente rociaba de besos los abiertos y temblorosos labios del pobre Yeshúa.
Por espacio de unos minutos no se oyó otra cosa que los jadeos y sacudidas con que el lascivo Sacerdote se entregaba a darse satisfacción y el glu - glu de su inmenso pene cuando alternativamente entraba y salía del ano del penitente.
No cabe suponer que un hombre como Jonatán ignorara el tremendo poder de goce que su miembro podía suscitar en otra persona, ni que su tamaño y capacidad de descarga eran capaces de provocar las más excitantes emociones en el joven sobre el que accionando estaba.
Pero la naturaleza hacía valer sus derechos también en la persona de Yeshúa.
El dolor de la dilatación se vio bien pronto atenuado por la intensa sensación de placer que la vigorosa arma del Santo Varón provocaba sobre la pequeña próstata, y no tardaron los quejidos y lamentos del pequeño entremezclándose con sonidos medio sofocados en lo más hondo de su ser, que expresaban su deleite.
¡Señor! ¡Querido y generoso...! Empuje, empuje; puedo soportarlo.
Lo deseo. Estoy en el cielo. ¡El bendito instrumento tiene una cabeza tan ardiente!
¡Oh, Señor! ¡OH...! ¡OH! Bendito, ¿Qué es lo que siento?
Jonatán veía el efecto que provocaba.
Su propio placer llegaba a toda prisa. Se meneaba furiosamente hacia atrás y hacia adelante, agasajando al Niño Jesús a cada nueva embestida con todo el largo de su miembro, que se hundía hasta los rizados pelos que cubrían sus testículos.
Al cabo, Yeshúa no pudo resistir más, y nuevamente fue presa de las convulsiones de un potente orgasmo para el cual su cuerpo aun no estaba preparado.
Resulta imposible describir el frenesí de lujuria que en aquellos momentos se apoderó del joven y encantador menor. Se aferró con desesperación al fornido cuerpo del Sacerdote, que agasajaba a su voluptuoso y angelical cuerpo con toda la fuerza y poderío de sus viriles estocadas, y lo alojó en su estrecha y resbalosa vaina hasta los testículos.
Pero ni aún en su éxtasis el Niño Jesús perdió nunca de vista la perfección del goce.
El Santo Varón tenía que expeler su semen en el interior de él, tal como lo había hecho Judas, y la sola idea de ello añadió combustible al fuego de su lujuria.
Cuando, por consiguiente, Jonatán pasó sus brazos en torno a su cintura, y hundió hasta los pelos su pene de semental en el ano de Yeshúa, para anunciar entre suspiros que al fin llegaba la leche, el excitada muchacho levantó sus piernas todo lo que pudo, y en medio de gritos de placer recibió los chorros de su emisión en lo mas profundo de sus intestinos. Así permaneció él Sacerdote por espacio de dos minutos enteros, durante los que se iban sucediendo las descargas, cada una de las cuales era recibida por Jesús con profundas manifestaciones de placer, traducidas en gritos y contorsiones, mientras que Jonatán ciego por la lujuria mordía las fuertes piernas de Yeshúa que tenia apoyadas sobre sus hombros.
No creo que en ninguna otra ocasión haya tenido que sonrojarme con mayor motivo que en esta oportunidad y es que hasta una pulga tenía que sentirse envidia ante tamaña visión.
Un muchacho tan joven, de apariencia tan inocente, y sin embargo, de inclinaciones y deseos tan lascivos. Una persona de frescura y belleza infinitas; una mente de llameante sensualidad convertida por el accidental curso de los acontecimientos en un activo volcán de lujuria.
Muy bien hubiera podido exclamar con el poeta de la antigüedad: "¡Oh, Moisés!", o como el más práctico descendiente del patriarca: "¡Por las barbas del profeta!".
No es necesario hablar del cambio que se produjo en Jesús después de las experiencias relatadas.
Eran del todo evidentes en su porte y su conducta.
Lo que pasó con su joven amante, ya se lo relatare líneas mas adelante, ya que también el muchacho se vio inducido poco a poco, al igual que su pequeño amigo, a darle satisfacción a los insensatos deseos del Sacerdote.
Pero volvamos a mis observaciones directas en lo que concierne al pequeño Jesús. Si bien a una pulga no le es posible sonrojarse, sí puede observar, y me impuse la obligación de encomendar a la pluma y a la tinta la descripción de todos los pasajes amatorios que consideré pudieran tener interés para los buscadores de la verdad.
Al siguiente día muy temprano, incluso antes de que brille el sol sobre el cielo de Jerusalén, Jesús encontró la oportunidad de volver a visitar a su Clerical admirador, y ni qué decir tengo, que el la aprovechó de inmediato.
Le hizo saber a Jonatán que se proponía visitarlo, y en consecuencia el astuto individuo pudo disponer de antemano las cosas para recibir a su joven huésped como la vez anterior sin percatarse que esta vez ni era sábado, ni estaría solo, pues dos pares de ojos lo observarían desde la oscuridad.

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