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CAPITULO 18

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 18

Aunque no era la primera vez que el padre Jonathán había tocado entrada como aquélla, el hecho de que estuviera presente su padre, lo indecoroso de toda la escena, el profundo convencimiento -que por vez primera se le hacia presente- del engaño de que había sido víctima por parte del padre y de su egoísmo, fueron elementos que se combinaron para sofocar en su interior aquellas extremas sensaciones de placer que tan poderosamente se habían manifestado antes.
Pero la actuación de Jonathán no le dio tiempo a Jesús para reflexionar, ya que al sentir la suave presión, como la de un guante, se apresuro a completar la conjunción lanzándose con una pocas vigorosas y diestras embestidas a hundir su miembro en el cuerpo del niño hasta los testículos.
Siguió un intervalo de rápidas acometidas y presiones, firmes y continuas, hasta que un murmullo sordo en la garganta de Jesús anuncio que la naturaleza reclamaba en el sus derechos y que el combate amoroso había llegado a la crisis exquisita, en la que espasmos de indescriptible placer recorren rápida y voluptuosamente el sistema nervioso; con la cabeza echada hacia atrás, los labios partidos y los dedos crispados...
Su cuerpo adquirió la rigidez inherente a estos absorbentes efectos, en el curso de los cuales consiguió otro de sus orgasmos prostáticos que tanto lo hacían delirar. Ni una sola gota de semen había sido derramada aunque su blanco y largo pene palpitaba erecto y caliente entre sus piernas.
El contorsionado cuerpo de Jesús, sus ojos brillantes y sus manos temblorosas, revelaban a las claras su estado, sin necesidad de que lo delatara también el susurro de éxtasis que se escapaba trabajosamente de sus labios temblorosos.
La masa entera de aquella potente arma, ahora bien lubricada, trabajaba deliciosamente en su juvenil ano. La excitación de Jonathán iba en aumento por momentos, y su miembro, rígido como el hierro, amenazaba a cada empujón con descargar su viscosa esencia.
-¡Oh, no puedo aguantar más! ¡Siento que se me viene la leche José!
-Tiene usted que joderlo. Es delicioso.
Su ano me ajusta como un guante. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!
Más vigorosas y más frecuentes embestidas -un brinco poderoso- una verdadero sumergimiento del robusto hombre dentro de la débil figurita del menor, un abrazo apretado, y Jesús con inefable placer, sintió la cálida Inyección que su violador derramaba en chorros espesos y viscosos muy adentro de sus intestinos.
Jonathán retiró su vaporizante pene con evidente desgano, dejando expuestas las relucientes partes del pequeño, de las cuales manaba una espesa masa de secreciones.
-Bien -exclamó José, sobre quien la escena había producido efectos sumamente excitantes-,
-Ahora me llegó el turno, Jonathán.
-Ha gozado usted a mi hijo bajo mis ojos conforme lo deseaba, y a fe mía que ha sido bien violado.
El ha compartido los placeres con usted. Mis previsiones se han visto confirmadas.
Puede recibir y puede disfrutar, y uno puede saciarse en su cuerpo. Bien. Voy a empezar.
Al fin llegó mi oportunidad; ahora no puede escapárseme.
Daré satisfacción aun deseo largamente acariciado.
Apaciguaré esa Insaciable sed de lujuria, que despierta en mí, mi hijo.
Observe este miembro; ahora levanta su roja cabeza. Expresa mi deseo por ti, Jesús. Siente mi querido hijo.
Cuánto se han endurecido los testículos de tu padre... Se han llenado para ti...
Eres tú quien ha logrado que esta cosa se haya agrandado y enderezado tanto...
Eres tú el destinado a proporcionarle alivio... ¡Descubre su cabeza, Jesús! Tranquilo, chiquillo; permíteme llevar tu mano.
¡Oh, déjate de tonterías! Sin rubores ni recato... Sin resistencia. ¿Puedes advertir su longitud?
Tienes que recibirlo todo en ese caliente culo que Jonathán acaba de rellenar tan bien.
¿Puedes ver los grandes globos que penden por debajo, Jesús? Mmm...
Están llenos de semen que voy a descargar para goce tuyo y mío... Sí, Jesús, en el ano de mi hijo.
La idea del terrible incesto que se proponía consumar añadía combustible al fuego de su excitación, y le provocaba una superabundante sensación de lasciva impaciencia, revelada tanto por su enrojecida apariencia, como por la erección del dardo con el que amenazaba las húmedas partes de Jesús.
José tomó medidas de seguridad. No había, en realidad, y tal como lo había dicho, escapatoria para Jesús. Se subió sobre su cuerpo y le abrió las piernas levantándoselas en el aire.
Mientras Jonathán lo mantenía firmemente sujeto .El violador vio llegada la oportunidad. El camino estaba abierto, los muslos bien separados, el rojo y húmedo ano frente a él. No podía esperar más.
Abriendo el recto de su hijo con un dedo, y apuntando la roja cabeza de su arma, se movió hacia adelante, y de un empujón y con un alarido de placer sensual la hundió en toda su longitud en Jesús.
¡Oh, Dios! ¡Por fin estoy dentro de el! -chillaba José- ¡Oh! ¡Ah! ¡Qué placer! ¡Que hermoso es! ¡Qué estrecho! ¡Oh!
El buen padre Jonathán sujetó a Jesús más firmemente. Este hizo un esfuerzo violento, y dejó escapar un grito de dolor y de espanto cuando sintió entrar el turgente miembro de su padre que, firmemente encajado en la cálida persona de su víctima, comenzó una rápida y briosa carrera hacia un placer egoísta.

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