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CAPITULO 02

Los años perdidos en la niñez de Jesús.
CAPITULO 02

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Brinqué sobre el suelo de madera y me di a examinarlo. Siguió la otra sandalia, acto seguido Jesús se quedó viendo aquel pergamino, que yo advertí que un joven de aproximadamente 22 o 23 años había depositado secretamente en sus manos.
Observándolo todo desde cerca, pude ver sus muslos fuertes aunque no tan gruesos enfundados en unos blancos calzoncillos para perderse luego en la oscuridad, donde uno y otro se juntaban en el punto en que se reunía con su hermoso bajo vientre para casi impedir la vista de un escroto color durazno, y un blanco y largo aunque delgado pene que apenas asomaba flácido entre las sombras con la cabeza roja y desnuda pues como mandaba la ley al octavo día de nacido había sido circuncidado y consagrado a Yahvé.
De pronto Jesús dejó caer la nota, y habiendo quedado abierta, me tomé la libertad de leerla también. “Esta noche, a las ocho, como el año pasado".
Eran las únicas palabras escritas en el papel, pero al parecer tenían un particular interés para el, puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa.
Se había despertado mi curiosidad, deseosa de saber más acerca del interesante joven que aunque mayor que mi amiguito era muy apuesto. Esto además me daba la oportunidad de continuar en tan placentera promiscuidad, me apresuré a permanecer tranquilamente oculta en un lugar recóndito y cómodo, aunque algo húmedo, y no salí del mismo, con el fin de observar el desarrollo de los acontecimientos, hasta que se aproximó la hora de la cita.
Jesús se vistió con meticulosa atención, y se dispuso a trasladarse al jardín que rodeaba la casa donde se hospedaba. Fui con el. Al llegar al extremo de una larga y sombreada callecita el muchacho se sentó en una banca rústica, y esperó la llegada de la persona con la que tenía que encontrarse.
No pasaron más de unos cuantos minutos antes de que se presentara el joven que por la mañana se había puesto en comunicación con mi pequeño amigo, en el Templo. Se entabló una conversación que, si debo juzgar por la abstracción que en el se hacia de todo cuanto no se relacionara con ellos mismos, tenia un interés especial para ambos. Anochecía, oscurecia poco a poco. Soplaba un airecillo caliente y confortable, y la joven pareja se mantenía entrelazada en el banco, olvidados de todo lo que no fuera su felicidad mutua.
Te conozco tan poco Jesús, cada año cuando vienes mi corazón salta de emoción, me gustas mucho, cuando estoy cerca de ti no se que me pasa, me olvido de la ley de Jehová, y solo me importas tu; sellando tiernamente su declaración con un beso depositado sobre los labios que el le ofrecía.
Sí, lo sé contestó con aire inocente. ¿No me lo estás diciendo constantemente? Llegaré a cansarme de oír esa canción.
Jesús agitaba inquietantemente sus pies, y se veía meditabundo.
¿Cuándo me explicarás y enseñarás todas esas cosas divertidas de que me ha hablaste? preguntó el por fin, dirigiéndole una mirada, para volver luego a clavar la vista en el suelo.
Ahora, repuso el joven. Ahora, Yeshúa, que estamos a solas y libres de interrupciones.
¿Sabes Yeshúa? Ya no eres un chiquillo.
Jesús asintió con un movimiento de cabeza. Bien; hay cosas que los niños no saben, y que los amantes no sólo deben conocer, sino también practicar.
¡Por Jehová! -dijo el, muy serio.
Sí -continuó su compañero-. Hay entre los que se aman cosas secretas que los hacen felices, y que son causa de la dicha de amar y ser amado.
¡Dios mío! -exclamó Yeshúa-. ¡Qué sentimental te has vuelto Judas! Todavía recuerdo cuando me decía que el sentimentalismo no era más que una patraña.
Así lo creía, pero me enamoré de ti -replicó, el joven.
¡Tonterías! -repuso Yeshúa-. Pero sigamos adelante y cuéntame lo que me tienes prometido.
No te lo puedo decir si al mismo tiempo no te lo enseño, contestó Judas. Los conocimientos sólo se aprenden observándolos en la práctica.
¡Anda, pues! ¡Sigue adelante y enséñame! -exclamó el muchacho, en cuya brillante mirada y ardientes mejillas creía descubrir que tenía perfecto conocimiento de la clase de instrucción que demandaba.
En su impaciencia había un no sé qué cautivador. El joven cedió a este atractivo y, cubriendo con su cuerpo el de Yeshúa, acercó sus labios y lo besó embelesado. Yeshúa no opuso resistencia; por el contrario colaboró devolviendo las caricias de su amado.
Entretanto la noche avanzaba; los árboles desaparecían tras la oscuridad, y extendían sus altas copas como para proteger a los jóvenes contra la luz que se desvanecía.
De pronto Judas se deslizó a un lado y efectuó un ligero movimiento. Sin oposición de parte del pequeño Jesús, pasó su mano por debajo de la túnica del muchacho. No satisfecho con el goce que le causó tener a su alcance sus interiores, intentó seguir más profundo, y sus inquisitivos dedos entraron en contacto con las temblorosas carnes de los muslos del muchacho. El ritmo de la respiración de Jesús se apresuró ante este poco delicado ataque a sus encantos. Estaba, empero, muy lejos de resistirse; indudablemente le placía el excitante jugueteo.
-Tócame -murmuró-. Te lo permito.
Judas no necesitaba otra invitación. En realidad se disponía a seguir adelante, y captando en el acto el alcance del permiso, introdujo sus dedos más adentro.
El complaciente muchacho abrió sus muslos cuando él lo hizo, y de inmediato su mano alcanzó el suave y rosado pene que se ponía rápidamente en estado de erección.
Durante los diez minutos siguientes la pareja permaneció con los labios pegados, olvidada de todo.
Sólo su respiración denotaba la intensidad de las sensaciones que los embargaba en aquella embriaguez de lascivia.
Judas sintió que el delicado objeto muy rígido palpitaba bajo sus ágiles dedos, y que sobresalía de un modo que jamás hubiera imaginado.

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